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La
irrupción de Poemas violentos
Rafael Courtoisie |
El libro de Gavilán impresionó a todos desde
el primer momento. Era conciso y fuerte, tenía
una expresión directa y no dejaba hilos sueltos.
Nadie esperaba que Gavilán fuera capaz de componer
una obra de esa naturaleza. El volumen era breve, sí,
pero al leerlo se tenía la sensación de
estar pisando las puntas de una cordillera, de marchar
a gran velocidad encima de picos nevados, muy agudos y
muy altos, contemplando el paisaje del viento y la inminencia
del torrente de los ríos allá abajo.
El libro estaba lleno de vértices, de puntas ascendentes,
y daba la impresión de moverse en torno a un centro
fijo, desde donde Gavilán percibía el mundo.
La edición se agotó en unos pocos días.
Gavilán tuvo una segunda edición con prólogo
de Ruiz Cazorla, uno de los críticos más
respetados del medio. La tercera edición, que se
agotó enseguida, llevaba en la contratapa una foto
algo desenfocada de Gavilán. Tenía el mentón
apoyado sobre la mano derecha en la que lucía un
gran anillo. La pose y la actitud manifestadas en el retrato
semejaban las de una de las más difundidas imágenes
de César Vallejo: la mano anillada sostenida por
el mango de un bastón, los rasgos faciales cortados
abruptamente, la mirada penetrante y a la vez difusa.
La foto en planos blancos y negros contrastados no admitía
matices. El rostro de Gavilán parecía una
escultura neutra pero repleta de significado. Detrás
de la mano en la que apoyaba el mentón se adivinaba
un moño delgado y negro sobre el cuello de la camisa
almidonada.
La carátula era simple. El
diseño se conservó en las sucesivas ediciones.
Grandes letras negras sobre fondo blanco:
poemas violentos
por Enrique Gavilán
Quique había publicado antes una selección
de sonetos titulada lejana buenos
aires con epígrafe extraído de una
letra de un tango cantado por Gardel.
Eran poemas de amor de tono intimista y elegíaco.
El libro pasó prácticamente inadvertido
salvo para un anónimo reseñista de La
revista cultural, quien le objetó el uso y
abuso de lo que denominó “la rima pueril”.
Quique hacía rimar, por ejemplo, “jugaba”
con “bañaba”, “sal” con
“mal”, “jugo” con “fugo”.
Además cometía diversos errores en la métrica.
No contaba bien y los endecasílabos rengueaban,
desparejos: algunos versos tenían trece sílabas
y otros nueve. Quique Gavilán se defendía:
–Se trata de sonetos irregulares.
–El empleo de ese tipo de rima y de métrica
implica una apelación al humor y a la sagacidad
del lector. Son recursos de estilo.
–Es una escritura directa.
–La poesía contemporánea es cada vez
más intrincada y yo intento ir a contracorriente,
llegar a las grandes masas que han abandonado la poesía
por culpa de los poetas intelectuales y culturosos y recuperarlas
de una vez y para siempre para la gran literatura.
–Quiero una expresión limpia y simple, que
entiendan los niños y los viejos.
Todos coincidían en que Enrique Gavilán
era un mal poeta. Nadie se interesaba en él, aunque
con frecuencia insistía en repartir originales
e intentaba cosechar comentarios y sugerencias entre sus
amigos literatos.
Por eso, cuando apareció la primera edición
de poemas violentos nadie
lo podía creer. Quique había cambiado el
endecasílabo por el verso libre. Se había
despojado de la rima y de los burdos encabalgamientos
con que había intentado antes emular a Quevedo.
Cada verso de poemas violentos
tenía una unidad de sentido, de modo que cada línea
era un poema en sí. Pero lo asombroso era que todas
las líneas, todos los versos juntos, cobraban multiplicidad
de sentidos y brindaban la posibilidad de una lectura
ágil y disfrutable. La asociación y el juego
con las imágenes era vertiginosa y dejaba jadeando
al lector. Uno tras otro, los versos se sucedían
como detonaciones de una larga batalla en la que no había
bando perdedor. Cada estallido era una victoria, un avance
decisivo del poema. Se trataba de textos largos, algunos
de varias páginas. Por momentos Quique conservaba
sus preferencias temáticas: la pérdida del
amor, el gusto por la naturaleza, la celebración
de la amistad. Pero en otros salía completamente
de lo previsible. “El hombre en la luna”,
por ejemplo, desarrollaba con gran sentido del ritmo la
historia de una vieja prostituta enamorada de un músico.
Cada cinco versos repetía como un sonsonete la
línea:
Claro de luna.
Los quintetos exponían las desgracias de la anciana
meretriz capaz de realizar cualquier sacrificio con tal
de ser correspondida y obtener los favores amatorios del
joven músico. El tramo final decía:
Entonces el muchacho
cansado de tanta insistencia
abandonó la luna y la besó en la boca
¿entienden?
donde los dientes no están.
Ruiz Cazorla, además de crítico y reseñista
de fuste de La revista cultural, era catedrático
de Literatura Nacional y miembro de la Academia de Letras.
El ensayista dedicó un sesudo trabajo de trescientas
ocho páginas al estudio de poemas
violentos, lo que terminó de consagrar a
Enrique Gavilán y lo ubicó entre los nombres
ineludibles de la literatura nacional.
poemas violentos alcanzaba
treinta páginas, incluyendo el epígrafe.
El análisis de Ruiz Cazorla era aproximadamente
diez veces más voluminoso que el libro al que se
refería. Por cada página de Gavilán,
diez de Ruiz Cazorla desmenuzaban la estructura formal,
conjeturaban acerca de la intención autoral, exhumaban
el fondo y exploraban algunas posibles consecuencias que
podrían verificarse en la lírica contemporánea
a partir de la publicación del poemario. Ruiz Cazorla
exhibía sin tapujos el carozo pelado de la poética
de Gavilán.
Gavilán tenía treinta y tres años
en el momento de la primera edición del libro.
–La edad de Cristo –declaró en un reportaje.
En un programa televisivo apareció almorzando con
el Presidente. La Asociación de Escritores de la
Nación (aen) le
brindó una cena homenaje. Quique asistió
pero se negó terminantemente a pronunciar el discurso
de agradecimiento, habitual en estos casos. Alegó
un fuerte dolor de estómago y se retiró
antes de que sirvieran el postre, después de tomar
un digestivo efervescente.
poemas violentos alcanzó
en menos de seis meses la friolera de veinte ediciones.
Una popular cantante extranjera adaptó y musicalizó
un fragmento de “Madera de la lluvia”, uno
de los poemas más logrados del libro a juicio del
crítico Ruiz Cazorla.
Lidia Libour discrepó con el enfoque de Ruiz Cazorla
y publicó imaginario y
estructura en la poesía de gavilán,
análisis de más de cien páginas en
el que hacía un enfoque estructuralista-semiótico
de la obra de Quique.
Enrique Gavilán se casó en abril del año
siguiente a la publicación del exitoso libro. En
un reportaje declaró que iba a dejar de escribir:
–Ya dije todo lo que tenía que decir –manifestó.
Pero un mes después apareció monumentos,
una obra en prosa de carácter ensayístico
en la que Gavilán pasaba revista, examinaba en
detalle y divagaba acerca de la obra de autores que habían
incidido en su formación literaria.
monumentos llamó
la atención pues Gavilán era un escritor
popular, pero el libro no pasó de una segunda edición.
La crítica lo elogió tímidamente.
Lidia Libour recordó la declaración reciente
de Gavilán en la que manifestaba que no iba a volver
a escribir. A partir de la evidencia de esa contradicción,
la Sociedad Psicoanalítica organizó un debate
titulado “Narciso y creación” en torno
a la figura del poeta. La Sociedad Conductista dispuso
un debate paralelo, durante esos mismos días, sobre
el tema “Autoayuda y poesía”. Gavilán
se las arregló para estar presente en algún
tramo de ambos eventos, pero no intervino con ninguna
ponencia.
A fines de ese mismo año apareció en La
revista cultural el poema “Paraíso”
de Enrique Gavilán:
En la falta de equilibrio perdura la tristeza
el ocio de las piedras se corrompe
y si vas a caer
escucha al astro.
La estrella en el paraíso eres tú:
¡dos brazos,
dos piernas,
ojos!
y tus hijos a ras del suelo
te llorarán.
Ruiz Cazorla quedó encantado por lo que consideró
“el retorno creativo de nuestro mayor poeta”.
Lidia Libour publicó “Lautréamont
y Gavilán, una lectura comparada” en la revista
Apéndice tomando varios fragmentos de
los cantos de maldoror
y comparándolos con versos de “Paraíso”.
A los dos meses, Quique tuvo un hijo. Lo bautizó
Rimbaud. Rimbaud Gavilán pesó dos quilos
ochocientos gramos al nacer. La mujer de Gavilán
fue atendida por el catedrático de Ginecología
doctor Perotti y no se debió recurrir a la cesárea.
La información apareció en la sección
“Noticias nacionales” de El cotidiano,
diario de gran circulación dentro y fuera del territorio
nacional.
Ese año Quique no volvió a
publicar.
Al año siguiente apareció un breve poema,
esta vez en la revista cultural Galaxia:
Menos que un árbol es la voz del tiempo.
Deja que las ramas desciendan
hasta que puedas
tocarlas
y arráncalas de cuajo.
El poema se titulaba “Libro” y lectores y
críticos lamentaron lo exiguo del aporte de Gavilán
aunque dejaron en claro la impecable factura literaria
del poema.
Al año siguiente nació el segundo hijo de
Gavilán. Una niña. Quique la bautizó
Paloma. Paloma Gavilán pesó dos quilos seiscientos.
Madre e hija no tuvieron problemas en el parto. Otra vez
actuó el doctor Perotti, asistido por la partera
Norma Sales y un especializado equipo de anestesistas,
nurses y neonatólogos. La revista Nombres
publicó en tapa la foto del poeta y su hija recién
nacida, Paloma.
En el reportaje de Nombres, Quique declaró que
no pensaba tener más hijos.
–Aunque nunca se sabe –vaciló hacia
el final.
No quiso decir si seguiría escribiendo ni si pensaba
incursionar en otros géneros.
Quique consiguió un puesto en una agencia de importaciones
y después de dos años fue nombrado Gerente
de Tráfico. Ganaba un buen sueldo y podía
mantener sin problemas a sus hijos. No se le vio más
por las tertulias literarias y culturales del café
Sixto, donde se reunía lo más granado de
la intelectualidad vernácula, Ruiz Cazorla y Libour
incluidos, aunque en diferentes mesas, ni participó
en las lecturas que organizaba cada dos meses la Biblioteca
Nacional.
Gavilán se llamó a silencio. No hacía
declaraciones públicas y se negaba sistemáticamente
a participar en homenajes.
La revista infantil Pizarrón publicó,
después de cinco años, un poema de Rimbaud
Gavilán, escrito en el jardín de infantes,
titulado “Otoño”. Al año siguiente
apareció en la misma revista un pequeño
y gracioso texto firmado por Paloma Gavilán. El
ilustrador trazó una paloma de inspiración
picassiana que portaba un papel en el pico. En el papel
comparecía la reproducción facsimilar del
original manuscrito de la hija del famoso poeta. La nota
simpática estaba dada por un error de ortografía.
Un verso decía:
me gusta viajar en abión.
Algunos poetas manifestaron públicamente su repudio
a la estética de Gavilán mediante un manifiesto
que fue distribuido con amplitud y publicado en varios
medios de prensa. El texto se titulaba “El farsante”
y algunos párrafos eran realmente virulentos:
La de Gavilán es una poética conservacionista,
inmovilista, retardataria y complaciente. El discurso
dominante nos quiere hacer creer que Gavilán es
un gran poeta sólo porque las masas insensibles,
embrutecidas y enfermas lo consumen y leen sin reparo,
intoxicándose con su cursilería, y porque
dos críticos vendidos y completamente asimilados
por el establishment como Ruiz Cazorla y Libour, cada
uno en su respectiva chacrita de poder, lo han aplaudido
y han dedicado absurdas elucubraciones teóricas
a una obra que no resiste el menor análisis, que
no se sostiene ni aun con ayuda de muletas.
Gavilán no es un poeta mayor, pero tampoco es un
poeta menor. Simplemente: no es un poeta. Gavilán
es un farsante.
Los poetas nacionales desenmascaramos a Gavilán
ante la opinión pública. Quique, como se
lo conocía en la época en que publicó
su ridículo opus lejana buenos aires. El “cretino
Quique”, como le llamaban en las tertulias de las
mesas del café Sixto y del café Dos mundos,
cuando solicitaba penosamente la limosna de un consejo
literario, es un ser insignificante.
Quique Gavilán no es un gran poeta ni un pequeño
poeta. Es un mendigo de la literatura, un limosnero. Alguien
que no tiene personalidad ni temperatura literaria, que
escribe mal, que no sabe de rigor ni de abstracción.
Su popularidad no quiere decir nada. No es argumento de
recibo. ¿Acaso los payasos no son populares? ¿No
son populares los monos de los circos? ¿Las hienas
de los zoológicos no son aplaudidas?
La obra de Gavilán, además de complaciente,
es burda.
Gavilán es un arribista. Su éxito está
basado en razones espurias. Los críticos que ocupan
puestos de poder y el sistema político casi en
su totalidad lo han privilegiado y han aprovechado su
lastimosa figura para desarticular y aplastar la capacidad
creativa de los verdaderos escritores que acumulan sus
manuscritos, rechazados por editores mercenarios y torpes,
en las gavetas donde juntan polvo y se deshacen por la
humedad y los hongos. Obras maestras despedazadas y reducidas
a miasma.
Pero con Quevedo nos levantamos en acción y proclamamos:
polvo serán, mas polvo enamorado.
Mientras, que Gavilán siga haciendo de las
suyas.
Que lo aplaudan Libour y Ruiz Cazorla. Que reciba condecoraciones.
Que se ahogue en su tinta nauseabunda y espesa como el
calamar, como el molusco turbio que es.
Ya hubo un salón de rechazados, ha muchos años,
en París. Pero los refusés volvieron por
sus fueros y acabaron imponiéndose por la calidad
de su obra artística, y así se instalaron
y permanecerán para siempre en las páginas
de las Grandes Realizaciones Estéticas.
La Historia (con Mayúscula) nos dará la
razón.
Enrique Gavilán no respondió.
Los editores aprovecharon la conmoción pública
para lanzar una nueva edición de poemas
violentos que se agotó de inmediato. En
realidad se trataba de una edición doble. Una de
lujo, de tapas duras, ilustrada por un conocido plástico;
los ejemplares estaban numerados y firmados por el autor.
La otra era una edición popular, de bolsillo; se
vendía en los quioscos y supermercados y se distribuyó
por todo el país. Se editó también
un cd-Rom y un video basados en poemas
violentos y algunos fragmentos de entrevistas a
su autor realizadas en la televisión nacional y
extranjera.
La obra poemas violentos
se adaptó a módulo de formato realidad virtual
y fue tocada y olida por decenas de miles de “participadores”
en todo el mundo.
Rimbaud y Paloma Gavilán publicaron vida
de papá, biografía autorizada de
Gavilán. Fue un éxito de librerías.
La adaptación cinematográfica titulada El
vuelo de Gavilán arrasó la taquilla.
Quique Gavilán murió diez años después,
de una infección pulmonar. |
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